Nos decían que teníamos la mejor sanidad del mundo pero un pequeño virus llamado SARS-COV-2 ha dado al traste con esta afirmación. El coronavirus ha provocado un caos y el sistema sanitario no estaba preparado para frenarlo. Solo se está pudiendo hacer frente gracias a todos los trabajadores y trabajadoras de la sanidad, desde el servicio de limpieza, lavandería, mantenimiento, trabajadores de ambulancias,cocina… hasta los y las profesionales médicos y enfermeras, celadores, auxiliares las cuales han demostrado una gran entereza y profesionalidad.
Por el contrario, hay otra clase que es la de los políticos, la de los gestores o la de los empresarios, que se han aprovechado de la privatización y los recortes que se han producido durante los últimos años, los cuales han sido responsables directos de las consecuencias de esta crisis, ya que, mientras unos se llevaban el dinero, otros, los trabajadores y trabajadoras, sufrían recortes en sus derechos, despidos, amortización de los puestos de trabajo, etc.
Así las cosas, desde el comienzo de esta crisis, el personal sanitario ha llevado a cabo protocolos en materia de prevención y de actuación que han llegado a cambiar casi a diario de criterio. Incluso, en algunos hospitales han tenido un protocolo que obligaba a los trabajadores y trabajadoras con sintomatología leve por COVID-19 a seguir trabajando, hecho que algunas organizaciones han denunciado.
Otra cuestión es la de los test, la cual es una herramienta esencial (siempre que sea fiable) para detectar casos positivos y poder llevar a cabo una gestión racional de la emergencia sanitaria, pero ante la falta de test se está trabajando a ciegas a ver si suena la flauta. Los únicos que tienen garantizados los test con prontitud son los políticos, los ricos, la corona y sus allegados.
Todas conocemos la situación de los sanitarios y sanitarias y los Equipos de Protección Individual (EPI). Ante la escasez y la precariedad de los EPI, el personal sanitario se las ha tenido que ingeniar como ha podido. En este sentido, consideramos que es fundamental dotar de equipos adecuados de protección a los trabajadores y trabajadoras sanitarias, ya que no se puede dejar a los y las profesionales con mayor factor de riesgo abandonadas a su suerte. Tampoco nos olvidemos de las trabajadoras y trabajadores de las residencias de mayores, que están sufriendo la misma situación o peor. Y es que el ahorro en los EPI es algo totalmente irracional, ya que la carencia de estos implica un mayor gasto en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) y en fármacos.
Todo esto pone en evidencia la cara más cruda del capitalismo y de los estados. Una vez deslocalizada la industria mediante reconversiones industriales, tenemos que buscar nuestros recursos en un mundo globalizado en el que lo que prima es el dinero, y ante esta situación, se dan casos como el de Alemania, país fabricante de respiradores, que ha prohibido su exportación. Este es el mundo que este sistema ha creado, un mundo basado en el egoísmo frente al apoyo mutuo y la solidaridad.
A nivel nacional también se dan casos flagrantes de la voracidad del sistema capitalista, como son la externalización de servicios, de los que la sanidad se ha visto igualmente afectada, ya que se han externalizado servicios como el de lavandería, cocina o limpieza, suponiendo una merma considerable en los derechos de los trabajadores y trabajadoras y un aumento de los beneficios para ciertos empresarios.
En este sentido, la sanidad española se ha ido reajustando a un modelo basado en el beneficio y la privatización. Un sanitario madrileño denunció públicamente que en Madrid desde el 2008 se habían perdido 2572 camas de Hospital (la recomendación es tener 800 camas por cada 100.000 habitantes y en Castilla y León tenemos 390 camas por cada 100.000 habitantes) y 2600 trabajadores y trabajadoras. Por ello, denunciamos que la sanidad no se puede concebir en términos de rédito económico, suprimiendo puestos de trabajo cuando la población aumenta.
Si nuestro sistema sanitario estuviera mínimamente preparado para afrontar el día a día, seguro que una pandemia como la actual sería muchísimo menos grave. Al SARS-COV-2 se le suma el virus del capitalismo.
Así pues, este virus viene a sacar las vergüenzas a un sistema que entiende la sanidad como mercancía. Los aplausos que desde el inicio del confinamiento provocado por esta crisis suenan espontáneamente desde los balcones a las 8 de la tarde son ruido, y en ocasiones es gratificante para el personal sanitario, pero no nos podemos olvidar de denunciar la precariedad y combatir por tener un personal sanitario que pueda trabajar dignamente, con sus protecciones y recursos adecuados y que no pierdan derechos constantemente.
Tenemos que seguir peleando por otro modelo de sanidad. En este sentido, estas son algunas de las reivindicaciones:
– Derogación de todas las leyes que permiten la privatización de la sanidad como eje principal. Concretamente la Ley 15/97 y los artículos 66 y 90 de la Ley General de Sanidad.
– Eliminación de la externalización de servicios y convertir al personal que trabaja en los centros de salud, como por ejemplo, el personal de limpieza, en funcionarios y funcionarias.
– Condiciones laborales dignas para los Médicos Internos Residentes (MIR).
– Sanidad Universal: atención sanitaria integral y gratuita con los mismos derechos y prestaciones para toda la población, independientemente de su situación social.
– Denuncia de las campañas de demagogia hacia la población para:
- Convencernos de que la atención sanitaria no es un derecho básico.
- Acostumbrarnos a la idea de que para recibir asistencia hay que estar asegurado, promoviendo la contratación de aseguradoras privadas.
- Dividirnos, señalando y culpabilizando a las más vulnerables y necesitadas de asistencia sanitaria (pensionistas y enfermos crónicos) con la idea de que “nos salen muy caros a las demás”, y por tanto, deban pagar parte de su atención (copago), tratando de hacerles responsables de una supuesta y nunca demostrada insostenibilidad del sistema.
– Transparencia absoluta y acceso sencillo a todos los datos de actividad, calidad, gastos y adjudicaciones del Sistema Nacional de Salud (SNS). La opacidad facilita la corrupción y las famosas puertas giratorias. Políticos, empresarios, cuadros sindicales y supuestos expertos se lucran de los recursos públicos y convierten nuestra salud en su negocio.
– Dotación de medios suficientes en la sanidad pública para que sea innecesaria la externalización de servicios y rechazo frontal a las listas de espera, pues las listas de espera matan. – Creación de un turno de tarde en los hospitales y en las especialidades médicas que sean necesarias, para mantener funcionando a pleno rendimiento todos los recursos hasta las 21 horas. Esto permitiría contratar a los y las profesionales que actualmente se ven obligadas a emigrar (cuando su formación costaba en 2018, 300.000 €), y también suprimir las horas extras realizadas por las tardes.
– Incompatibilidad absoluta para que el personal del sector público trabaje en la privada. Ninguna empresa privada permite a sus profesionales trabajar en la competencia.
– Rechazo de plano a los planes piloto que quieren dejar al ámbito rural desprotegido; plan que se está empezando a realizar en la comarca de Aliste.
Y como propuesta de organización:
– Sanidad pública y socializada, de cara a evitar que esta se siga organizando como hasta ahora, de una forma jerarquizada, caciquil y vertical; dotándola de herramientas de control para que los medios para su administración, tanto económicos como de gestión, estén en manos del conjunto de trabajadores y trabajadoras sanitarias y la toma de decisiones sea horizontal, desde las asambleas. Y abrir vías de participación de los usuarios.
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