CRÍTICA LIBERTARIA A LAS MEDIDAS IMPUESTAS A CAUSA DEL CORONAVIRUS.

Desde la declaración del estado de alarma no dejan de suceder acontecimientos que animan a la reflexión y, precisamente para ello, vamos a fijarnos en distintos apartados:


RECORTES EN LAS LIBERTADES INDIVIDALES:
Es bien sabido que las privaciones de movimientos son necesarias para vencer el virus y somos los primeros que, por responsabilidad, cumplimos todas aquellas medidas para cuidar de nuestra salud y de la de los demás, siempre y cuando estén respaldadas por criterios científicos, aunque hayamos visto que en este aspecto la Organización Mundial de la
Salud (OMS) está bastante desacertada. Lo que no podemos permitirnos es caer en el engaño de que todas las medidas represivas son por nuestro bien. Si ahora no defendemos las libertades individuales, es posible que perdamos muchas de ellas a causa de la mordaza que nos impone el miedo. “Quien renuncia a su libertad por seguridad no merece libertad ni
seguridad” decía Benjamin Franklin, que no es precisamente un adalid de ideologías antisistema.
La solidaridad y el apoyo mutuo están siendo la base del comportamiento social que está resultando realmente útil para los individuos más vulnerables en muchos barrios y calles de nuestros pueblos y ciudades. Y es por solidaridad con esas personas por lo que la inmensa mayoría estamos llevando a cabo el confinamiento.
A nadie perjudica que uno se aleje de su hogar más de 100 metros con el perro; es más, así se está alejando de las zonas más densas demográficamente hablando (cosa que sí recomiendan criterios científicos).
Otra medida que también entra en contradicción con estudios médicos es la de no poder pasear (aunque sea por un breve espacio de tiempo) si no se tiene perro. Estos estudios afirman que el virus es más dañino cuando afecta a personas con déficit de vitamina D, que es la que aporta el sol.
Y qué decir del confinamiento de la infancia. Los niños precisan aire fresco, luz natural, movimiento y juego, tierra, agua y vegetación. Para crecer saludablemente se estima que son necesarias tres o cuatro horas diarias de juego espontáneo al aire libre. Aún en esta situación especial, la OMS recomienda al menos una hora al día de actividad física al aire libre.
Y si esto es grave, ¿hasta dónde puede llegar la angustia de los niños que sufren alguna discapacidad producida, por ejemplo, por un trastorno del espectro autista? Ya de entrada son niños que necesitan sus rutinas y horarios. Y ahora se propone dejarlos salir con un brazalete que indique su dolencia. Pero, ¿estamos dispuestos a marcar a las personas otra vez como
hacían los nazis con los judíos o como pasaba con las adúlteras en la novela La letra escarlata?
Pero lo peor del confinamiento es la creación de una nueva tribu urbana: los balconazis, que están adoptando la técnica de increpar desde el balcón como vía de escape a las frustraciones lógicas que impone un confinamiento inesperado para el que muy pocos estamos preparados psicológicamente.
Antes de salir al balcón a insultar, recuperemos algo de la empatía derrochada con las víctimas del coronavirus y, si esa persona no está en grupo ni de fiesta, lo mismo no es un aprovechado. Quizá solo esté controlando su azúcar, salvando sus fuerzas de vivir o escapando
de una casa en la que vive hacinado y por debajo del umbral de la pobreza.
Sin embargo, no se oyen tantas quejas cuando los que se saltan el confinamiento o las medidas de seguridad son los políticos. Por ejemplo, José María Aznar y Ana Botella pasan la cuarentena en su casa de Marbella. Así lo ha señalado el New York Times en un reportaje sobre “ricos irresponsables y egoístas”. También es significativo el número de políticos contagiados: ¿será porque ellos mismos no cumplen los protocolos que nos imponen al resto o será porque para ellos sí que hay test que indiquen si están infectados o no?
Por último y para terminar con el tema del confinamiento, queremos señalar que todas estas medidas son unas medidas basadas en una visión claramente urbanocentrista que en muchos casos no tienen mucho sentido para el ámbito rural atendiendo a criterios científicos y sanitarios, pues la realidad demográfica y social de los pequeños pueblos hace que ciertas
restricciones y medidas del confinamiento no sólo no sean eficaces de cara a la prevención del posible contagio sino que, en muchos casos, resulten contraproducentes.
Como es sabido, en muchos pueblos, la mayor parte de la población, sin necesidad de dedicarse al sector primario a título principal o profesionalmente, sí que disponen de huertos y parcelas para la autoproducción y autoconsumo, obteniendo de este modo una alimentación
basada en buena medida en la autosuficiencia.
Pues resulta que si se interpreta rigurosamente el decreto de confinamiento, el laboreo y las tareas que en esta temporada tocaría llevar a cabo en dichos huertos y sin las cuales no habrá producción en su momento, no estaría permitido hacerlas si no eres agricultor o ganadera profesional y, por tanto, no estaría justificada la salida del domicilio para dichas labores. Pero si utilizamos el sentido común y seguimos todas las pautas de prevención que esta situación de crisis sanitaria nos exige por imperativo legal pero sobre todo por responsabilidad social y atendiendo a criterios sanitarios, no vemos que suponga ninguna
infracción del espíritu de estos protocolos de prevención, pues si actuamos con responsabilidad, no vamos a entrar en contacto con otras personas ni nos vamos a cruzar con nadie ni, por tanto, vamos a poner en riesgo nuestra salud ni la de los demás, dado que vamos a estar solas en el campo y si hubiere más personas, con organizarse y no coincidir en determinados espacios, sería más que suficiente para evitar los posibles contagios. Máxime teniendo en cuenta que esto supone una práctica mucho más eficaz de prevención que tener que acudir a comprar a las tiendas donde sí que se da un mayor contacto social, algunas aglomeraciones y manipulaciones de productos o mobiliario que sí que podría entrañar un cierto riesgo.
Así que demandamos que estas medidas se apliquen con la flexibilidad suficiente para interpretar adecuadamente este tipo de casos y/o se tome en consideración la realidad diferente del mundo rural. Y sobre todo, apelamos a la responsabilidad comunitaria y consciente a través del apoyo mutuo y la solidaridad, cuidándonos entres nosotras y preocupándonos por las demás, despreciando la vigilancia y la coerción institucional que nada
tienen que ver con las garantías sanitarias pues solo el pueblo salva al pueblo y únicamente han de ser las autoridades científicas quienes de forma democrática y sin la injerencia de cualquier otro tipo de intereses políticos o represivos, nos marquen las directrices a seguir para evitar la propagación de la pandemia.

MILITARIZACIÓN DEL PROBLEMA:

Desde que comenzó la expansión del virus, tanto el Gobierno como la cúpula militar han aprovechado para organizar una campaña de blanqueamiento de la imagen de las Fuerzas Armadas sin precedentes en la historia reciente de España.

El gobierno español, en contraposición al discurso social que se le presuponía, ha elegido un discurso militar en el que se han repetido palabras como “guerra”, “enemigo” o “batalla”. Además, este discurso se ha acompañado con la aparición de altos mandos de las Fuerzas Armadas y de los Cuerpos de Seguridad del Estado en múltiples ruedas de prensa en las que espetaban frases como: “hoy es viernes en el calendario, pero en tiempos de guerra o crisis, como queráis llamarlo, todos los días son lunes”, “en esta guerra irregular y rara que nos ha tocado luchar, todos somos soldados” o aplauden que la sociedad vaya acogiendo valores del mundo militar como “la disciplina, el espíritu de servicio y la moral de victoria”.

Huelga decir a este respecto que la CNT apoyó en su momento la insumisión, que probablemente ha sido la campaña de desobediencia civil más exitosa de la historia de los movimientos sociales en España, la cual apoyaba justo los valores contrarios: solidaridad, apoyo mutuo, reflexión colectiva…

Cuando en 2002 se decretó el fin del servicio militar y del servicio social sustitutorio, la imagen del ejército estaba dañada y para empezar a legitimarlo de nuevo pusieron en marcha misiones humanitarias, pero sobre todo, el gobierno de Zapatero puso en marcha el nacimiento de la Unidad Militar de Emergencia (UME).

Volviendo al tema que nos concierne, hay que señalar que la mayoría de las misiones encomendadas a las Fuerzas Armadas sobre el coronavirus han sido tareas que podían haber sido desempeñadas por múltiples colectivos: la desinfección de espacios públicos, el hospedaje de personas sin hogar, el traslado de enfermos, el montaje de hospitales de campaña (que, por cierto, siempre nos olvidamos de los trabajadores voluntarios que han intervenido en ellos), el apoyo en el transporte de materia sanitario o las conexiones con las islas.

De hecho, algunos bomberos se quejan de que ellos podrían haber hecho algunas tareas por un precio más módico y de manera más eficiente. El pasado año, un soldado de la UME tuvo una media de 0,017 intervenciones, mientras que las de los bomberos de Madrid se elevan a 13,7 y los de Barcelona a 34,5.

En 2018 el gasto militar fue de casi 20 000 millones de euros, mientras que el gasto sanitario público (del que todos somos beneficiarios) ascendió a 68 000 millones. Con la llegada del coronavirus, la población descubre de sopetón que el gasto militar no sirve para nada a la hora de hacer frente al virus que amenaza a la sociedad y que esas decenas de millones se ha dejado de invertir en lo que ahora se echa de menos: recursos sanitarios (material, equipamiento, investigación, personal, infraestructuras).

Ahora es la salud, pero también amenazan a las personas más vulnerables de nuestra sociedad la pobreza, la exclusión, la destrucción de la naturaleza, la xenofobia, el racismo… y ante todas ellas no tienen utilidad alguna los militares ni los arsenales. Son, más bien, la causa de la mayoría de estas desgracias.

Aun así, hay quienes justifican el despliegue militar entre la población civil en función de la ingenua coartada del “gasto público”, arguyendo que, de esta forma, “al menos los soldados justifican su salario”. El problema que no ven es la situación de chantaje a la que todo ejército somete a la sociedad en su conjunto, haciéndose con partidas presupuestarias a todas luces desmesuradas, básicamente porque son ellos quienes están en posesión de las armas y resulta siempre necesario tenerlos contentos.

Pero un ejército no es otra cosa que ráfagas de ametralladora, bombardeos, muertes de civiles, violaciones, prostíbulos itinerantes, masacres en nombre de abstracciones patrióticas e intereses geoestratégicos de los ricos y poderosos… Todo eso y mucho más, se pongan como se pongan y hagan lo que hagan quienes se empeñen en disimularlo. Es todo menos un servicio “humanitario”. Y nosotros no somos sus soldados, que quede claro.

ANTE LA PANDEMIA, ¿QUÉ PODEMOS HACER?

Es obvio que todos los que creemos en la autogestión, en la acción directa y en el apoyo mutuo tenemos que empezar a movernos con urgencia. Y somos más, muchos más de lo que parece.

¿Qué podemos hacer?:

  • Grupos de apoyo mutuo: mucha gente en las últimas semanas ha ido creando grupos que se autodescriben así. Son estructuras suprafamiliares creadas para que nadie se sienta solo e indefenso en esta crisis. Se han creado grupos de asistencia a domicilio, de acompañamiento telefónico, de educación colaborativa, de bibliotecas colectivas…
  • Huelgas de alquileres  e hipotecas: los sindicatos de inquilinos no entienden que el Gobierno esté forzando a la gente a elegir entre comer o endeudarse, dando así por hecho que las medidas que promueve el Ejecutivo son, a todas luces, insuficientes. De nuevo la autoorganización aparece como solución al problema, porque esta huelga no es una opción sino una necesidad.
  • Reconocer la labor que han hecho nuestros mayores y otorgarles el relieve que merecen y aprovechar su sabiduría, su experiencia, su entrega y su tiempo.
  • Recuperar las prácticas del anarcosindicalismo y, sobre todo, la acción directa ante las agresiones y recortes que se van a convertir en el pan nuestro de cada día. Tener presente, en suma, la dimensión de clase de la crisis. La situación no es la misma para las élites políticas y económicas que para las clases populares, a menudo condenadas a trabajar en condiciones infames.
  • Defender lo público, pero agregar detrás de este sustantivo los adjetivos autogestionado y socializado, no vaya a ser que, como tantas veces, lo público oculte el relieve de lamentables intereses privados o estatales y se emplee contra las gentes que son sus teóricas beneficiarias.
  • Subrayar que esta pandemia ha tenido el efecto, llamativo, de reducir la contaminación planetaria, de rebajar sensiblemente el concurso de combustibles fósiles y de imponer un freno salvaje a la turistificación. Evitar que lo que se nos ha dado de forma sobrevenida e imprevista se diluya en la nada. Propiciar por añadidura una contestación franca del crecimiento económico y sus tributos y, para ello, apostar por que desaparezcan la irracional acumulación capitalista y los privilegios derivados de la misma. Si la sociedad actual ha subsistido a pesar del enorme parasitismo de los trabajos represivos, ahora se podría crear la riqueza necesaria para una vida confortable para todos. Es obvio que las necesidades dirigirían la producción y no al revés como sucede hoy. También tendríamos que corregir la absurda concentración industrial (¿por qué toda la huerta en Murcia o el metal en Bilbao?) y apostar por la rerruralización para evitar aglomeraciones y que, por fin, el individuo pueda decidir con horizontalidad sobre todos los aspectos de su vida.

CONCLUSIÓN

            Desde CNT queremos dejar claro que por muchas medidas aparentemente sociales que pretenda sacar el gobierno, estas son solo adoptadas para salvaguardar un sistema económico que provoca desigualdad. Por esta razón, la actuación de la sociedad no debe quedarse en aplaudir o criticar en las redes sociales las medidas adoptadas. Somos los individuos los que debemos organizarnos y los que, partiendo de una base horizontal, debemos empezar a tomar las riendas de la solución al problema.

            Como ya hemos señalado antes, la única posibilidad que vemos para salir de esta crisis es la autoorganización, que pasa por participar y apoyar el tejido de redes que surge desde los barrios y los pueblos y pasa por apoyar a los colectivos que trabajan en la lucha por la vivienda, a los trabajadores del sector socio-sanitario y, cómo no, apoyar las luchas de los sectores más precarizados de la sociedad que, casualmente, se han mostrado como los imprescindibles para que todo siga en marcha.

            Solo un cambio en el modelo social nos puede traer la verdadera igualdad. Un cambio que pasa por asumir el control y la solución al problema. Si tenemos claro que como clase somos imprescindibles para el funcionamiento de la sociedad, asumamos también la responsabilidad de trabajar de forma colectiva, de no depender de los decretos firmados desde los lejanos despachos.

            Hoy como ayer ronda por las élites una propuesta de nuevos pactos globales que prometen sacarnos de la miseria. Hoy como ayer quedarán fuera de esos pactos los más desfavorecidos, ya que su único objetivo es conservar un sistema económico donde se genera desigualdad y precariedad. Hoy como ayer, desde CNT, nos aliaremos con los que se organizan desde abajo, con quienes ven más importante fomentar un modelo de solidaridad, y, hoy como ayer, construiremos un modelo social donde el apoyo mutuo sea la base de un nuevo mundo. Por eso, hoy como ayer y como mañana, crearemos una nueva sociedad desde abajo, más justa y más consciente.

CNT ZAMORA

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