“Más grave que la amnesia o el olvido, es la desinformación y la manipulación de nuestra historia colectiva”.
El anarquismo como idea igualitaria y solidaria para con todos los seres humanos ha ido siempre ligado a la emancipación de la mujer. Desde los mismos inicios de la Internacional bakuninista, las mujeres se acercaron a “la Idea” que les concedió un espacio propio e igualitario donde escribir, hablar o reflexionar. Sus nombres aparecen entrelazados con los de sus compañeros en las actas de reuniones o plenos, en la prensa, en las novelas proletarias, en las listas de detenidos, o como oradoras en mítines o fabricas.
Las mujeres acompañan toda la historia del anarquismo histórico: desde los viejos pensadores utópicos como Fourier o Cabet que imaginaban nuevos mundos en los que las mujeres eran parte activa, a las compañeras de Luisa Michel en la Comuna de París en todas las barricadas. Mujeres nihiistas rusas, cercanas al anarquismo, y mujeres de fabrica en las calles de Londres, Berlín, Nueva York y varias ciudades obreras que hablaban a sus compañeros de igualdad y fraternidad, como Emma Goldman. Mujeres luchadoras y educadoras, maestras en todas las escuelas racionalistas que desde la obra pionera de Ferrer y Guardia salpicaron toda la geografía española. Sus nombres son Soledad y Ángeles Villafranca, o Leopoldina Bonnald, y tantas y tantas desconocidas en una experiencia que va desde 1909 a 1939. Y mujeres pacifistas y antimilitaristas activas que se negaban a gestar hijos para que no fueran convertidos en carne de cañón por los burgueses-capitalistas de la Europa colonial, como Maria Huot, pionera también de la liberación animal en su lucha antitaurina. Y las naturistas y nudistas de toda España, como Concha Liaño, Concha Pérez y las muchachas de la mayoría de Ateneos Libertarios de los años veinte y treinta, obreras de fabrica y excursionistas dominicales, propagadoras de luz y libertad, con sus rompedores cabellos cortos y provocadores pantalones o trajes de baño en aquella España tosca donde los curas dictaban la moral cavernaria. Y así hasta la revolución en que las mujeres anarquistas toman la calle junto a sus compañeros, padres, hermanos, amigos o grupos.
La calle!, la posibilidad de igualar salarios y horarios, la posibilidad de dejar a los niños en guarderías o escuelas racionalistas, la posibilidad de acudir a clínicas o consultorios destinados a la mujer, disfrutar de los comedores populares, dejar atrás el yugo del hogar, la esclavitud cotidiana, aquello que había expresado Teresa Claramunt a principios del siglo XX: “La mujer obrera es la esclava del esclavo”.
Y con la revolución, la colectivización de fabricas, talleres, o el agro. La igualdad no era la idea soñada, sino la practica cotidiana. Nuestras compañeras de la CNT, nuestras abuelas, avanzaron gracias a un sindicato revolucionario del que formaban parte y en los días de la revolución española las anónimas de toda la península empuñaron tranvías, azadas, telares, agujas, pistolas, plumas, o maquinas fotográficas.
Mucho ha llovido desde entonces. Y las religiones monoteístas, el capitalismo, ahora llamado globalización, los burgueses, ahora llamados técnicos-gestores y el imperialismo militarista siguen acechando a la humanidad. La mujer sigue trabajando por salarios de hambre, emigra de un lugar a otro llevando consigo a su prole de la que sigue siendo responsable, realiza doble jornada laboral, en el taller, la limpieza a domicilio o donde sea, y más tarde en su propia casa donde cocina, limpia y cuida a quién sea. Y además es agredida por aquellos que dicen que la aman, o se ve deformada, o considerada un objeto sexual en los medios de comunicación, la publicidad o el cine comercial.
La mujer del siglo XXI tiene pendiente su propia revolución, y con ella una que libere a su compañero de un papel en el que tampoco se siente cómodo, el papel del “hombre dominante”, del “duro” o del “proveedor económico”. Una revolución ideológica que devuelva el rango de persona a mujeres y a hombres, que fomente la equidad, pero también la fraternidad, la coeducación y la laicidad como garantía de que nadie, absolutamente nadie es superior a otro.
Los y las anarcosindicalistas tenemos una hermosa historia de lucha y de victorias, a veces ignorada por nosotros mismos. Hagamos de ella un trampolín para las luchas futuras. Y ahora sigamos en nuestra lucha sindical por salarios justos, por mantener a la religión sexista y discriminadora fuera de la escuela, por desterrar estereotipos y canciones sexistas, vengan de donde vengan. Reclamemos la posibilidad de hacer que las mujeres no se conviertan en cuidadoras de familiares o amigos, sino que reciban por ello un salario justo. Desterremos la feminización de la pobreza, y reclamemos pensiones dignas para aquellas que no cotizaron a la Seguridad Social pero que realizaron jornadas agotadoras de limpieza domestica en la casa propia y la ajena.
Y luchemos cotidianamente, y en casa, por hacer compatible para mujeres y hombres la vida laboral y la autogestión de la propia suciedad (ropa, platos, compras, fregoteos, etc.) y también como no, porque las relaciones de todo tipo y con quién sean (sexuales, amistosas, vecinales, etc.) sean placenteras, consentidas, igualitarias y sobre todo felices. Porque como decía la máxima de los “Derechos del Hombre y el Ciudadano”: El hombre tiene derecho a la Felicidad. Y los anarquistas añadimos que la compañera, la Mujer, también.
La solidaridad de los trabajadores y la acción directa propiciada por el sindicato suelen ser el mejor garante para las resoluciones de despidos y los abusos patronales
Confederación Nacional del Trabajo adherida a la Asociación Internacional de l@s Trabajadores
Las mujeres acompañan toda la historia del anarquismo histórico: desde los viejos pensadores utópicos como Fourier o Cabet que imaginaban nuevos mundos en los que las mujeres eran parte activa, a las compañeras de Luisa Michel en la Comuna de París en todas las barricadas. Mujeres nihiistas rusas, cercanas al anarquismo, y mujeres de fabrica en las calles de Londres, Berlín, Nueva York y varias ciudades obreras que hablaban a sus compañeros de igualdad y fraternidad, como Emma Goldman. Mujeres luchadoras y educadoras, maestras en todas las escuelas racionalistas que desde la obra pionera de Ferrer y Guardia salpicaron toda la geografía española. Sus nombres son Soledad y Ángeles Villafranca, o Leopoldina Bonnald, y tantas y tantas desconocidas en una experiencia que va desde 1909 a 1939. Y mujeres pacifistas y antimilitaristas activas que se negaban a gestar hijos para que no fueran convertidos en carne de cañón por los burgueses-capitalistas de la Europa colonial, como Maria Huot, pionera también de la liberación animal en su lucha antitaurina. Y las naturistas y nudistas de toda España, como Concha Liaño, Concha Pérez y las muchachas de la mayoría de Ateneos Libertarios de los años veinte y treinta, obreras de fabrica y excursionistas dominicales, propagadoras de luz y libertad, con sus rompedores cabellos cortos y provocadores pantalones o trajes de baño en aquella España tosca donde los curas dictaban la moral cavernaria. Y así hasta la revolución en que las mujeres anarquistas toman la calle junto a sus compañeros, padres, hermanos, amigos o grupos.
La calle!, la posibilidad de igualar salarios y horarios, la posibilidad de dejar a los niños en guarderías o escuelas racionalistas, la posibilidad de acudir a clínicas o consultorios destinados a la mujer, disfrutar de los comedores populares, dejar atrás el yugo del hogar, la esclavitud cotidiana, aquello que había expresado Teresa Claramunt a principios del siglo XX: “La mujer obrera es la esclava del esclavo”.
Y con la revolución, la colectivización de fabricas, talleres, o el agro. La igualdad no era la idea soñada, sino la practica cotidiana. Nuestras compañeras de la CNT, nuestras abuelas, avanzaron gracias a un sindicato revolucionario del que formaban parte y en los días de la revolución española las anónimas de toda la península empuñaron tranvías, azadas, telares, agujas, pistolas, plumas, o maquinas fotográficas.
Mucho ha llovido desde entonces. Y las religiones monoteístas, el capitalismo, ahora llamado globalización, los burgueses, ahora llamados técnicos-gestores y el imperialismo militarista siguen acechando a la humanidad. La mujer sigue trabajando por salarios de hambre, emigra de un lugar a otro llevando consigo a su prole de la que sigue siendo responsable, realiza doble jornada laboral, en el taller, la limpieza a domicilio o donde sea, y más tarde en su propia casa donde cocina, limpia y cuida a quién sea. Y además es agredida por aquellos que dicen que la aman, o se ve deformada, o considerada un objeto sexual en los medios de comunicación, la publicidad o el cine comercial.
La mujer del siglo XXI tiene pendiente su propia revolución, y con ella una que libere a su compañero de un papel en el que tampoco se siente cómodo, el papel del “hombre dominante”, del “duro” o del “proveedor económico”. Una revolución ideológica que devuelva el rango de persona a mujeres y a hombres, que fomente la equidad, pero también la fraternidad, la coeducación y la laicidad como garantía de que nadie, absolutamente nadie es superior a otro.
Los y las anarcosindicalistas tenemos una hermosa historia de lucha y de victorias, a veces ignorada por nosotros mismos. Hagamos de ella un trampolín para las luchas futuras. Y ahora sigamos en nuestra lucha sindical por salarios justos, por mantener a la religión sexista y discriminadora fuera de la escuela, por desterrar estereotipos y canciones sexistas, vengan de donde vengan. Reclamemos la posibilidad de hacer que las mujeres no se conviertan en cuidadoras de familiares o amigos, sino que reciban por ello un salario justo. Desterremos la feminización de la pobreza, y reclamemos pensiones dignas para aquellas que no cotizaron a la Seguridad Social pero que realizaron jornadas agotadoras de limpieza domestica en la casa propia y la ajena.
Y luchemos cotidianamente, y en casa, por hacer compatible para mujeres y hombres la vida laboral y la autogestión de la propia suciedad (ropa, platos, compras, fregoteos, etc.) y también como no, porque las relaciones de todo tipo y con quién sean (sexuales, amistosas, vecinales, etc.) sean placenteras, consentidas, igualitarias y sobre todo felices. Porque como decía la máxima de los “Derechos del Hombre y el Ciudadano”: El hombre tiene derecho a la Felicidad. Y los anarquistas añadimos que la compañera, la Mujer, también.
La solidaridad de los trabajadores y la acción directa propiciada por el sindicato suelen ser el mejor garante para las resoluciones de despidos y los abusos patronales
Confederación Nacional del Trabajo adherida a la Asociación Internacional de l@s Trabajadores
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